Nacido en Villareal (Castellón) en
1852 y fallecido en Barcelona en 1909 (el mismo año que Isaac Albéniz, con
quien parece llegó a compratir escenario, ingresó en 1874 en el Conservatorio de Madrid, donde estudió
composición con Emilio Arrieta (el compositor de la ópera y zarzuela “Marina”). Hacia 1870, repartía su
actividad entre la enseñanza de la guitarra (alumnos suyos fueron Emilio Pujol y
Miguel Llobet) y los conciertos (no sólo en España, sino también, en el
extranjero, por ejemplo en París- donde conoció a Saint Säents- o Londres).
Su obra para guitarra tiene una
variedad mayor de lo que a veces se sugiere, desde obras tan conocidas como el “Capricho árabe” o el trémolo “Recuerdos de La Alambra ” (dentro del
movimiento alhambrista -música inspirada por la Alambra granadina-), pasando por las danzas
galantes (polkas, gavotas, mazurcas -como Adelita- y valses) y multitud de piezas “de salón”), las “paráfrasis”
sobre temas operísticos tan propias de la época romántica “a lo Liszt” o la adaptación de obras de Beethoven, Mendelshonn, Chopin... hasta la
música de cariz nacionalista. Para el
guitarrista, compositor y musicólogo italiano Angelo Gilardino, sus nueve
preludios contienen “el más profundo
pensamiento musical de forma concertada de Tárrega de forma concentrada”.
Según explica José Miguel Moreno, Tárrega, al contrario que Fernando Sor, era un hombre
de carácter introvertido, más dado a las recitales íntimos que al gran público.
Se cuenta que se encerraba en un cuarto con un grupo muy reducido de amigos,
alumnos o allegados ante los que interpretaba e improvisaba durante horas. Es
allí dónde, por lo visto, Tárrega daba lo mejor de sí mismo sumiendo a los asistentes en un
especie de éxtasis musical de un exacerbado romanticismo.